Incondicionalidad canina: un refugio de cariño con sello policial


Por: Emilio Gutiérrez Yance
Dicen que en las madrugadas, cuando la ciudad bosteza entre sirenas y sombras, los perros callejeros levantan el hocico hacia el viento y saben con certeza dónde hallar un pedazo de cielo en la tierra: las estaciones de Policía. Allí, donde otros ven puertas de disciplina y orden, ellos descubren refugio, ternura y manos amigas.
No es raro que aparezcan, con las costillas marcadas por la intemperie, la mirada herida por el abandono y las patas cansadas de tanto deambular. Los recibe un techo de estrellas custodiado por uniformados que, lejos de espantarlos, les ofrecen agua fresca, un rincón para descansar y, sobre todo, la caricia que el destino les había negado.
Los pasillos de las estaciones se vuelven entonces escenario de un realismo casi mágico: botas firmes que cambian su rigidez por pasos suaves para no perturbar el sueño de un perro, y ladridos que se transforman en música de compañía. Es como si la lealtad sin condiciones de estos animales encontrara allí el eco perfecto de una vocación policial que no solo protege a la gente, sino también a quienes no tienen voz.
“En el Departamento de Policía de Bolívar valoramos profundamente el bienestar de todos los seres vivos”, afirma el teniente coronel John Edward Correal Cabezas, comandante encargado. “Nuestros uniformados no solo están comprometidos con la seguridad de la comunidad bolivarense, sino también con el cuidado y la protección de los animales que buscan refugio en nuestras instalaciones. Esta relación es un reflejo de nuestro compromiso con la compasión y el respeto hacia todas las formas de vida.”
Y así, casi sin proponérselo, muchos perros se convierten en compañeros de turno. Custodian silenciosamente la entrada, mueven la cola como saludo marcial y alegran con su presencia las largas jornadas de los uniformados. Ellos no portan armas ni llevan insignias, pero reciben un grado invisible: el de “guardianes del afecto”.
Esta amistad insólita es más que una anécdota: es un recordatorio de que la bondad tiene múltiples uniformes. Un trozo de pan compartido, un plato de agua colocado con cuidado, una palabra cariñosa al amanecer… son gestos que, aunque pequeños, construyen un universo donde el amor supera a la indiferencia.
Porque en cada perro que encuentra cobijo en la estación, hay un milagro cotidiano: el del vínculo sincero entre humanos y animales. Una alianza en la que el ladrido se vuelve gratitud, la mirada se convierte en promesa, y la estación de Policía, en un hogar inesperado donde la ternura lleva insignia y la lealtad camina sobre cuatro patas.